24/12/07

La Navidad deja un gran vacío en los migrantes y sus familiares

En ocasión de celebrar el nacimiento de Jesús, los relatos de quienes volvieron a Bolivia y de aquellos que tienen parientes en el exterior motivan a valorar la cercanía de los seres amados.

La Navidad para los migrantes es una fiesta que deja un gran vacío e intensifica el deseo de volver a la tierra que les vio nacer. En cambio, en Bolivia, la soledad se torna en una compañera silenciosa para los parientes que quedaron y todos albergan la esperanza de volver a ver pronto a sus seres queridos.

La celebración por el nacimiento de Jesús pierde el espíritu hogareño y se convierte en una ocasión para las remembranzas y los recuerdos de los familiares que se encuentran distantes; por ello, concretar el reencuentro es algo invalorable y considerado como una bendición de Dios.
La búsqueda de mejores salarios, la esperanza de poder pagar deudas, ahorrar y posibilitar el bienestar de sus seres queridos, alientan a que miles de bolivianos que optaron por dejar la Patria, padres, hijos y cónyuges, enfrenten una realidad diferente y ajena en otro país.


Esa es la vivencia de los familiares que están en Bolivia y aguardan en esta Navidad una llamada telefónica en la Nochebuena. Son padres, madres e hijos que, en algunos casos, no tienen deseos ni de armar un arbolito o pesebre, porque la persona ausente le ponía un toque especial.


Los recuerdos sólo encuentran desahogo en las lágrimas que son vertidas por aquellos que se encuentran fuera como por quienes se quedaron. Los que llegan desde el exterior para pasar en familia esta fecha lo hacen después de haber ahorrado mucho, que es un fruto de su arduo trabajo. Comprobaron que en la lejanía la celebración de la Navidad no es igual, o incluso la fecha pasa inadvertida, porque están sumidos en su nueva responsabilidad laboral.


Sus historias cuestionan nuevamente el verdadero significado de la Navidad, porque, más allá de los regalos, el contar con la presencia de los seres queridos es la verdadera bendición.




“No quisiera que llegue la Navidad”
VÍCTOR ECHALAR. Padre de un migrante en España.

Las lágrimas asoman a sus ojos y la voz se le quiebra cuando dice “ya no quisiera que llegue la Navidad, ya ni siquiera armamos el arbolito”. El cabello plateado acentúa las facciones de su tez morena y hace una pausa al hablar para evitar que las lágrimas puedan rodar por sus mejillas que muestran las arrugas que evidencian sus 74 años. Se trata de Víctor Echalar, quien tiene a su hijo Herberth en Madrid, España. Cuenta que en febrero sufrió una preembolia y fue una gran sorpresa tener a su retoño que vino desde el viejo continente para verlo. Herberth se encuentra en Madrid desde el 2004. Su esposa, Gilda, relata que él permaneció un año sin poder encontrar un trabajo. Aunque las cosas mejoraron desde entonces, estos días que preceden a la Nochebuena y la Navidad, los recuerdos dificultan aún más el tratar de sobrellevar la ausencia de su compañero.
Tienen dos hijos: Danner (10) y Diana (3). “No pudo presenciar el nacimiento de Diana”, dice Gilda después de un suspiro. En tanto que el pequeño Danner afirma que no le gusta mucho la Navidad porque era mejor cuando su papá estaba con él.


“Sólo Dios sabe si será la última Navidad”.
MIRIAM LOAYZA. Madre de un hijo que radica en Murcia, España


Pese al vacío que dejó la partida de uno de sus hijos (Jaime Arturo), la noche del 24 cocinará un plato especial y celebrará la Navidad porque “sólo Dios sabe si será la última”, dice Miriam Loayza, quien siente aún más la ausencia de su hijo mayor durante estas fiestas, porque él era quien se ocupaba de convocar a sus hermanos y hacer los arreglos para la ocasión. Relata que el pasado año no quiso festejar la Navidad porque se encontraba muy deprimida por la partida de Jaime Arturo. “Mis otros hijos pasaron las fiestas con su papá”, afirma. En medio de sollozos prefirió quedarse sola en casa y recordar cómo fue la Navidad del 2005 que pudo disfrutar en compañía de su hijo, nuera y nietos, a quienes extraña y desea volver a ver, según relata.
El living de su casa no presenta adornos o un arbolito que muestre el espíritu navideño. “Ya no hay quién pueda armar, todos están ocupados en sus cosas”, dice. Con tristeza y la mirada lejana cuenta que Jaime Arturo se encuentra en Murcia trabajando en una empresa que comercializa muebles. En Nochebuena esperará una llamada telefónica de su hijo para que le ayude a sobrellevar su ausencia.


“El vacío que dejó, nadie lo pudo llenar”
ADELA GUTIÉRREZ. Madre de un hijo que se encuentra en Italia.


Tiene 10 hijos, uno de ellos decidió irse con su familia a Italia y actualmente radica en Bérgamo, una localidad costera ubicada al norte. “Él era el de mejor humor, quien siempre estaba alegre, hacía chistes y alegraba la Nochebuena”, cuenta Adela Gutiérrez al referirse a su hijo Franz (40), quien desde hace tres años dejó el país en busca de mejores condiciones de vida. Una de las hermanas de Franz (Patricia) relata que cuando eran niños, él y dos de sus hermanos, Daniel y Fernando, acostumbraban subirse a un pino con el propósito de arrancarle ramas y poder adornarlo para la Nochebuena. “Se colgaban como monos del pino”, dice con una sonrisa de nostalgia, mientras sus tres hijas retozan alrededor de un árbol artificial adornado con esferas doradas. Doña Adela cuenta que las celebraciones por la Navidad nunca fueron iguales, porque le faltaba un hijo. “El vacío que dejó, nadie lo pudo llenar”, afirma. Patricia relata que uno de sus hermanos, Daniel, fue quien más sintió la ausencia de Franz. “De repente se callaba, se ponía pensativo y comenzaba a llorar. Ellos eran muy unidos”, asegura.


“Veía a la Navidad como un recuerdo”
JAIME TORRICO. Llegó desde Japón para pasar la Navidad con su familia

Es un joven de 27 años, estudió Administración de Empresas en la Universidad Católica y radica desde el 2005 en Osaka, que se constituye en uno de los centros industriales más importantes del Japón y se ubica en la isla de Honshu. Su nombre es Jaime Torrico, afable, relata que la primera Navidad que pasó en ese país no tuvo el mismo significado que tiene en Bolivia, porque se encontraba tan enfrascado en su rutina de trabajo que “fue como un día más. En Japón se vive para trabajar”. Jaime relata que extrañaba el calor, cariño y atenciones que gozaba en su hogar, por ello decidió tomar un receso en su trabajo y volver a Bolivia para celebrar la Navidad junto a su familia. Entretanto, su madre, María Josefina Peláez, narra que tiene tres hijos que se encuentran en el exterior. El 2006 quedó sola, porque sus tres hijos viajaron a Japón, Italia y México. La emoción la invade y hace un esfuerzo por no llorar, sus ojos se tornan vidriosos al recordar que “fue muy duro, pero me hice a la idea de que los hijos adquieren alas y tienen el derecho de volar y luchar por sus sueños. Me hice a la idea de que debía ver a la Navidad como un recuerdo para hacerla menos dolorosa”, afirma.


“La primera Navidad fue fatal para mí”
DELFINA MORALES. Llegó desde España para pasar Navidad con su familia


Para mí, la primera Navidad fuera del país fue fatal y además que pasé los primeros meses llorando, dice Delfina Morales, quien llegó desde Madrid, adonde se fue desde el 2004. Con algo de acento español, relata que decidió emigrar a ese país debido a la situación económica que enfrentaba su familia. “No nos alcanzaba para sobrevivir”. Delfina tiene cuatro hijos y vive en Cochabamba. Cuenta que en ese entonces su esposo no lograba encontrar más que trabajos eventuales que eran mal pagados. “Decidí vender globos en la plaza 14 de Septiembre y conseguía algo así como 20 bolivianos, pero eso era nada para cuatro bocas”, por ello optó por viajar al viejo continente, sin tener parientes y en compañía de una vecina se lanzaron a la aventura. Una vez en Madrid, buscó a los bolivianos en esa ciudad y pudo lograr relacionarse con compatriotas que le ayudaron a conseguir un trabajo en sólo cuatro días después de llegar. “Es cuestión de suerte”, comenta. Ahora tiene la condición de legal y piensa llevar a España a su hijo menor y esposo. “Por fin estaré con mis hijos y esposo en Navidad y les cocinaré lo que ellos quieran”, dijo sonriendo.


“Queríamos volver a Bolivia”
ROSA CANDIA. Debe pagar deudas, pero consiguió un trabajo en España


Baja la cabeza para disimular las lágrimas que corren por su rostro al recordar que durante la Navidad del año pasado se encontraba en Barcelona, España. Rosa Candia llegó a esa ciudad con su hermana, sobrina y los hijos de ella. “Queríamos volver a Bolivia”, dijo. Cuenta que la mayoría de latinos se ven obligados, por su condición, a alquilar un piso en un edificio donde viven tres o cuatro familias. El alquiler cuesta entre 800 y 900 euros. “En tres años, con suerte pueden adquirir la condición de legalidad por la figura del Arraigo y adquirir una visa por 10 años o cinco, que se debe renovar cada dos años”. Rosa quiere estar un año más en Barcelona y volver. Afirma que es de profesión enfermera y pudo conseguir un trabajo y la posibilidad de adquirir la condición de legal en España. “Creo que fue obra de Dios; atendí un parto prematuro, vieron mi capacidad y me invitaron a trabajar en ese hospital”. Rosa quiere dar a sus tres hijos lo que a ella le faltó. “No tuve una infancia feliz”, afirma con los ojos húmedos por las lágrimas. Relata que tiene deudas que pagar, lo cual motiva su viaje que está programado para enero.


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